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Carmen Amaya, la Capitana

EFEMÉRIDES FLAMENCAS

Ya recordamos a CARMEN AMAYA a principios de este mes con motivo de la efeméride de su nacimiento. Nos dejó tal día como hoy, el 19 de noviembre de 1963, en su casa «La Masía», en Begur, un pueblecito de la costa de Girona.

Murió igual que nació, como una Capitana, bailándole al compás de las olas, a la orilla del mar. Tenía cuarenta y cinco años recién cumplidos, o cincuenta, dependiendo de a qué fecha de nacimiento queramos atenernos.

Carmen no dejó de bailar ni un solo día de su vida. Siguió bailando hasta el final, hasta que una insuficiencia renal que padecía desde niña le pasó por encima, envenenando su bendita sangre flamenca. Ella intuía desde hacía tiempo que sus riñones no eran capaces de eliminar todas las toxinas, por eso no paraba de bailar, ni de sudar. Y apenas comía.

Tras el fatal desenlace, los médicos dijeron que el baile le había alargado la vida unos cuantos lustros sin saberlo. Carmen, que paradógicamente había nacido un dos de noviembre, Día de los Difuntos, había conseguido burlar a la muerte durante años con su baile, y, por el camino, había alegrado la vida a miles y miles de personas con su arte.

Su muerte causó una auténtica conmoción en Norteamérica, hasta que la noticia fue enterrada tres días después por el asesinato de Kennedy. La sinrazón humana.

Arturo Pavón y Ramón Montoya

EFEMÉRIDES FLAMENCAS

Hoy 3 de noviembre queremos recordar el nacimiento de dos figuras gigantescas de la historia del arte flamenco.

Arturo Pavón

Arturo Pavón Cruz nació en la localidad sevillana de Arahal, tal día como hoy del año 1882.

Fue cantaor profesional durante su juventud, antes de perder su prodigiosa voz prematuramente. Sin duda fue un conocedor enciclopédico del cante gitano, de modo que durante toda su vida sirvió de referente musical a sus dos hermanos menores, La Niña de los Peines y Tomás Pavón. Casado con la bailaora y profesora de música Eloísa Albéniz, fue padre del pianista flamenco Arturo Pavón y consuegro de Manolo Caracol.

Ramón Montoya

Y en la madrileña Ronda de Toledo nació el 3 de noviembre de 1879 don Ramón Montoya Salazar, RAMÓN MONTOYA, el genio de la guitarra, a quien ya recordamos en julio con motivo del aniversario de su muerte. Durante décadas fue aclamado como el mejor guitarrista de su tiempo, y el mejor pagado. Formó pareja artística inolvidable con don Antonio Chacón, y grabó siempre con los mejores: La Niña de los Peines, Aurelio Sellé, Juan Breva… Creador no solo de palos flamencos como la Rondeña, sino de una forma propia de tocar la guitarra, tanto en el acompañamiento al cante como para concierto.

Carmen Amaya

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Hoy queremos acordarnos de la sin par bailaora CARMEN AMAYA, que nació el dos de noviembre de 1918 en la playa del barcelonés barrio de Somorrostro. Carmen Amaya Amaya era hija de Micaela Amaya y de José Amaya «El Chino», tocaor de guitarra. Se trata de la bailaora flamenca más universal de la historia y, sin duda, una de las más grandes, si no la mayor, del siglo XX.

En 2013, y con la oposición de parte del ambiente flamenco barcelonés, se celebró el centenario de su nacimiento, aun cuando hacía un tiempo que la historiadora Montse Madridejos había aportado un Padrón de Barcelona de 1930, que indicaba que la bailaora tenía entonces 12 años y no sabía leer.

A falta de otro documento que lo contradiga, debemos dar por buena la fecha de 1918 y no la de 1913. Además, cualquiera que haya visto su película La bodega, rodada en París en 1929, convendrá en que Carmen era una niña que rondaba los diez años, y no una muchacha de dieciséis.

Tomás el Nitri

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El dos de noviembre de 1877 murió en Jerez de la Frontera el mítico cantaor Tomás Ortega López, TOMÁS EL NITRI, que pasó a la historia del arte flamenco como un insigne intérprete y creador de seguiriyas, así como de las bulerías más antiguas que se conocen. Falleció en el barrio de San Miguel, en la calle Álamos, junto a la casa donde casi tres años después nacería el gran Manuel Torre.

Cuenta la tradición oral que un grupo de aficionados potentados le otorgaron, en el Café sin Techo de Málaga, la primera Llave de Oro del Cante. También se cuenta, con escasa o ninguna argumentación, que se negó siempre a cantar delante de Silverio Franconetti, o que estuvo escondido una temporada en Alcalá de Guadaíra, en casa del abuelo de Juan Talega.

Lo cierto es que hasta hace pocos años, su figura era un completo misterio, y todo lo que se escribía sobre él se basaba en historias repetidas una y otra vez o en suposiciones. Incluso se le asignó el nombre de otra persona, Tomás Vargas Medrano. Fue el maestro Manuel Bohórquez quien sacó a la luz su verdadera identidad, aportando pruebas definitivas relativas a su muerte, nacimiento y ascendencia, entre otras.

Manuel Vallejo

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El 15 de octubre de 1891 nació en Sevilla, en una barreduela de la calle San Luis, don Manuel Jiménez y Martínez de Pinillo. Un nombre tan rimbombante se escribe en flamenco con letras de oro: MANUEL VALLEJO.

Su inmensa discografía, con más de doscientos cincuenta cantes grabados, dan cuenta de su maestría en todos los palos que atacaba. Como guardián del conocimiento y la esencia del flamenco, ostentó la II Llave de Oro del Cante desde su juventud hasta su fallecimiento en 1960.

Cantaor enciclopédico, largo y profundo, muchos lo tenemos entre los mejores buleareros y fandangueros de la historia.

Cada mañana de Viernes Santo, la gente se agolpaba para oír sus saetas a la Virgen Macarena. Vallejo solía cantarlas desde un balcón de la calle Torrijiano, y su voz se proyectaba nítidamente, entre el silencio de la multitud, hasta la basílica.

José Vargas El Mono, cantaor de Jerez

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Tal día como hoy, el 14 de octubre de 2006, el flamenco de Jerez volvió a quedarse un poco más solo con la punzante pérdida del gran cantaor José Vargas Vargas El Mono. Ocurrió a la una de la madrugada en el Hospital Universitario de Jerez de la Frontera, a donde José fue a despedirse de la vida para pasar a la sala de la fama de los artistas de arte con apenas cincuenta y nueve años.

Había nacido el 24 de enero de 1947 en la calle la Sangre, 5 del barrio de Santiago. Él y su hermano Ángel Vargas jamás faltaron a su cita junto a la iglesia de su flamenquísimo barrio para cantarle saetas a su Cristo de la Buena Muerte.

Paradigma de la gracia y la galatería jerezanas, que hoy echamos mucho en falta en el flamenco en general, su cante se adaptaba a la fiesta y al humor con la misma facilidad que se asomaba a las profundidades del cante jondo por derecho. Hoy levantamos nuestra copa para recordarlo.

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