Así se dice en mi tierra natal, Madrid, cuando la situación es insostenible y se requiere algo más que la inacción y la indolencia de nuestros gobernantes. Nací allí, sí, en Chamberí, el barrio más chulo y castizo, en La Milagrosa. Chamberí, los mejores ombligos de Madrid, les dijo la comadrona a mis padres. Y allí que se fueron para nacerme.
Pero nunca me sentí madrileño más que cuando salí de allí y eché de menos mi Cibeles, mi Retiro, mi frío seco y los bocadillos de calamares. Quise ser andaluz y andaluz soy, más que nada porque los gaditanos nacemos donde nos sale de los cojones, los malagueños donde nos hemos bañado desde chicos, y los sevillanos, ay, solo cuando ellos, mi arma, tienen a bien acogernos.
Tengo amigos catalanes que me duran desde hace más de treinta años. Unos son independentistas desde siempre, y otros más fachas que la madre que los parió. A unos y a otros, siempre desde el respeto y la amistad insobornable, les dije siempre lo mismo: yo me cago en todas las banderas del mundo, sobre todo las gualdas y colorás, independientemente del número de franjas que le pongas. Los únicos colores que aguanto sobre un cacho de trapo son el verde y el blanco, o el amarillo con azul; y eso siempre y cuando no jueguen contra el Real Madrid de mis amores.
Hoy lloro viendo la división y el odio entre pueblos que comparten quinientos años de historia, reaccionarios de uno y otro signo redoblando tambores de guerra, hermano contra hermano. Inconscientes todos, acaso no veis dónde desemboca todo esto?