Ha tenido que ser Joaquín Sabina el que me arrancara mi primera lágrima por Jesús Quintero. Porque los flamencos se juntan donde uno menos se lo espera.

Confieso que he necesitado más de dos días para reaccionar. Yo, que soy de lágrima fácil, me había quedado helado al leer la noticia. Y quizá fui uno de los primeros en acudir a la red social para trasladar a mis amigos la mala nueva. Acaba de morir Jesús Quintero. Así, con la frialdad de un teletipo. Luego, seguí con mis quehaceres vespertinos. Ocupada la mente, el corazón se adormece. Anestesia local, desde luego. Porque el alma nunca llega a saber cuánto se duele hasta que no despierta.

Ha tenido que ser Joaquín Sabina el que me arrancara mi primera lágrima por mi Loco. No es que fuera mío, es que formaba parte de mi adolescencia. Quizá fuera el detonante de mi explosión como andaluz. El Loco de la Colina no se podía escuchar en Madrid, solo en Andalucía. En aquellas noches tórridas lebrijanas, mientras desde mi cama contemplaba en la oscuridad las rutilantes luces de colores de la base militar sobre la sierra de Gibalbín, aquella voz embrujada se arremolinaba en la base de mi incipiente deseo de ser persona. Convertirme en un hombre del sur, yo soy del sur, soy andaluz.

Quería decir y omitir las eses como él, darles a las dentales un aire fricativo, aspirar las haches intervocálicas a la vez que el denso humo invisible de sus eternas pausas. Quizá también empezara a fumar por culpa suya. Quizá, seguramente diría yo, de ahí viniera me afición a la noche antes que al día, a comerme a tragos gordos la madrugada. A leer a Gerald Brenan, a García Lorca, a Vicente Aleixandre. Me bebía todo lo andaluz que caía en mis manos. Machado, Antonio más que Manuel. Juan Ramón Jiménez, qué descubrimiento. Porque quería ser poeta o soñaba con serlo.

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Ya luego pudimos contemplar su estampa en televisión. Ahí Jesús Quintero se despojó por momentos de su acento andaluz y soltó las amarras de su foco de atención ególatra para centrarse en sus invitados, magníficos contrapuntos para elaborar una enciclopedia de la entrevista del sentimiento. Ellos eran los protagonistas, personajes extraños más raros que un perro verde, o que sabían más que los ratones coloraos. Era la época de El Sabio Tarifa, de Picoco el de Chipiona. El Beni de Cádiz me conectó por fibra al flamenco, hasta el día de hoy.

Durante estos dos días he contemplado impasible cómo muchísima gente se ha dolido en público por el fallecimiento de uno de los periodistas más geniales del último tercio del siglo XX y de la primera década del XXI. Multitud de personas han compartido fotos con el Quintero. Que incluso me sorprendí pensando en secreto, joder, debo de ser uno de los pocos que no tiene un retrato con él.

Y ha tenido que ser otro loco el que me ha llevado a la esfera del sentimiento trágico por su pérdida. Joaquín Sabina, andaluz universal, mi ídolo de juventud junto a Miguel Ríos, Antonio Gala y Julio Anguita. Esas sevillanas, recitadas más que cantadas, en madrileño de adopción, llevan disimulada un ánfora repleta de flamenco. Y yo nunca lo he sabido hasta hoy, cuando he roto a llorar como un niño, sin saber por qué, sabiendo por quién.