REFLEXIONES EN VOZ ALTA

Hace tiempo que dejaron de interesarme los concursos de música, incluidos los de flamenco. Respeto la labor y las buenas intenciones de los organizadores, y más aún las de las personas que conforman los jurados y demás equipos de trabajo. Pero no le veo sentido en el tiempo presente, ni solución alguna a corto plazo.

Incluso Eurovisión, tan interiorizada en el inconsciente colectivo de varias generaciones, y donde tantos intereses habrá escondidos, tiene un presente nefasto y un futuro descorazonador. El festival / concurso de Benidorm servía para sacar jóvenes y prometedoras figuras de la canción, como Julio Iglesias. Ya en el flamenco, la Sayago, mismamente, salió a la luz en un concurso de radio. El Tenazas de Morón, Caracol, Fosforito o el mismísimo Antonio Mairena debieron su consagración a los concursos de Granada y de Córdoba. Y artistas actuales, como Mayte Martín, Miguel Poveda o Rocío Márquez, ya en época presente, deben a su Lámpara Minera de La Unión el fulgurante despegue de su carrera profesional.

¿Qué ha cambiado? ¿Es la falta de calidad de los participantes? ¿Por qué ese desinterés del público, más allá de la crisis de afición que afecta al flamenco en general, y que infecta particularmente al cante jondo, hasta el punto de haberse cronificado irremediablemente? ¿Por qué se quedan desiertos los concursos año tras año?

Vaya jardín para quien fuera buen jardinero. Pues habrá flores de todos los aromas, y frutos de todos los sabores. Que de todo hay, como en botica.

Que no hay calidad, dicen. Verdad. Pero, ¿dónde no hay calidad? En los concursos. Porque ahí afuera hay calidad a espuertas. No hay más que pasearse por Tik-Tok, por Youtube o Instagram, para comprobar el chorro de aficionados, de cante, baile o guitarra, que dejan constancia de un talento más que suficiente como para iniciarse en el profesionalismo. Por alguna escondida razón, o por varias, pasan de los concursos.

Cuestión de dinero, creo que no es. De hecho, hay un número respetable de artistas flamencos que obtienen una importante fuente de ingresos de su participación en concursos por toda la geografía nacional. Eso sí, salvo excepciones, se trata, normalmente, de artistas que no ocupan los primeros lugares, ni los segundos del escalafón.

No estoy seguro de que esto sea la causa, pero creo que, al menos, puede ser una razón importante. Los concursos han de servirle al ganador como catapulta al éxito. Y no estoy hablando de grabar un disco y traerte de invitado al festival el año que viene. Sino de poder decir, con mediana seguridad, éste es el principio verdadero de mi carrera, hay un antes y un después de este triunfo.

Si miramos la nómina de ganadores del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en las diferentes modalidades, desde sus inicios, veremos que muchos de ellos eran artistas profesionales consagrados. Eso era lo que le daba prestigio al Concurso, y ése prestigio volvía multiplicado a los artistas, en lógica retroalimentación. La Perla de Cádiz, María Vargas, Fosforito, Chocolate, etc. ya eran profesionales cuando se presentaban ante el jurado. Otros, como ya se ha dicho, saltaron a la fama desde ahí.

Hoy día, con la gran repercusión que todos tus movimientos tienen en las redes sociales, es peligroso presentarse al Concurso Nacional de Cante de Las Minas de La Unión o al Concurso Nacional de Cante Jondo Antonio Mairena de Mairena del Alcor, y no ganar. Peor aún, que dejen el premio desierto. Cualquiera remonta ese sambenito. No es lo mismo quedar segundo en la modalidad de soleá, llevándose el Fernanda de Utrera el primer premio, que tener ya hecho un nombre y quedar segundo detrás de un desconocido.

En fin, lo que te digo. En difícil jardín me he metido.